2 de enero de 2008

small logo

La búsqueda de los rostros perdidos

No existen los decretos en esa fuente de caciques.
Parten yendo hacia los mares. Un amor inmenso los invade.
Un secreto les susurra de inocentes que detrás de esas verjas,
esconden sus rostros apacibles.
Un cacique llora; mira a su derecha y supone el sendero.
Un suspiro por cada paso, un viaje desplegado.
Ya no está el rostro ansiado. Las huellas del misterio,
dejó el rostro tras el hielo; hiena de almas captura mil sonrisas
sin saber donde nace y muere cada brisa.
Otro cacique llamado Kantayu encuentra una infancia,
él no sabe lo que ocurre y donde pasa.
Son mil trescientas escaleras,
esa suerte se esconde en una de ellas,
y prolonga lo nacido y lo vivido,
como alma de captura lo hace trizas,
y ese viento que simula trae las costumbres del cielo ,
pero siempre las mantiene en su fugaz secreto.
Basta de aguas entre vías,
ese ruido que encandila nuestros días,
sabe bien de la esperanza de esas aguas:
de que un día descubran el sonido de un amar enrarecido.
Siguieron esos humildes rastros y llegaron a una jungla de mariposas.

Una de ellas con sus alas como guirnaldas en escala de dorados,
se le acercó a Kantayu y musitó:
“La sorpresa de los peregrinos sostiene el sudor callado
en cada aurora en la que resucita.”

            Ingrid Fainstein Oliveri-

cronicaliteraria@yahoo.co.ar | 201-2007 Crónica Literaria - Comodoro Rivadavia - Chubut - Argentina