5 de marzo de 2008

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La manifestación de la monotonía

Cuando el desencanto se aloje
en tu sangre, no desenvaines la espada
que descansa en el fondo de tus huesos,
ni levantes diques en medio de los engranajes
de cualquier música con plumaje de orquídeas.
Invoca, bajo tu cielo humilde, a los brotes
nuevos con el ritual
de la lluvia más íntima,
y despliega sobre el tiempo el auténtico
lenguaje que llevas en lo profundo
de tu mirada, como una luz fermentada
por el embrujo que cada día
te acompaña por los caminos
de las siete señales.
Rodeada de sombras tu lámpara serenísima
y sin debilidades va destruyendo las miserias
que acumulan en sus entrañas
los beodos de lo vulgar, bebedores natos
del vino de la corrupción y de la ineptitud.
Incendia sus latidos siempre arrodillados
y ahoga su aliento con la fuerza
invencible de la voz sin fango y sin miedos.
Estos saltimbanquis de gelatina, alcahuetes
ansiosos de cetros y tronos, se afanan en airear,
como panteras disfrazadas de ángel, sus frutos
podridos tras la táctica ácida e ignominiosa
de las emboscadas y de los muros interminables.
Ellos son la manifestación de la monotonía
frente a los pastores de claridades, hombres y mujeres
sin páramos en los ojos y sin influencias
entre los cornudos cabestros de la guerra cotidiana,
pero muy capaces de derribar con un golpe de ternura
los dominios compactos de estos danzarines
en salmuera que acumulan adeptos, como tortugas
congeladas, en sus cloacas de cuchillos.
Más allá de esta atmósfera de sal
moribunda no existen ni consignas ni banderas.
Más allá hay un mundo que derrama vida
sobre los pasos y las palabras del hombre y de la mujer
que crean caminos henchidos de cantos de magnolias,
mientras se elevan, como soles totalmente libres,
hacia el cielo del silencio sin grietas.

            Carlos Benítez Villodres

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