Desde mi corazón oigo la noche
y mi sangre busca su anillo de silencio
mientras contemplo sin memoria
arenas bajo los aguaceros.

Una quietud de nocturna paloma
sobrevuela el pecho.
Digo que es preciso entrar al sueño
para que mi alma esté dispuesta
a los azules légamos
en que la muerte clava
su sorda arquitectura.

Sé que a donde camino no acompañarán
las voces del amigo
ni aquellas estaciones
sobre las que se abandona la carne
o las rojas flores.

Nada me sigue, nada me continúa.

Es la hora en que la noche vierte
su cántaro de astros.
Mi cuerpo es un vaso trémulo,
Un haz impalpable con bordes afilados.
Me convierto en una súbita providencia
que tiembla sobre el agua...

¿Qué milagro acontece
durante el sueño
o junto al surco más puro
de las constelaciones?
¿Qué promesa desciende
desde su extraña luz?

…Pero sólo he venido a nombrar
este silencio.

Desde mi corazón oigo la noche,
algo de playa intensa
bajo los aguaceros
que recuerda
las meditaciones de los miércoles
cenicientos.

Alguien está encendiendo los laureles
del alba y amanece.

A mis manos arriba el rumor
de esa savia
de innumerables nombres
y que calladamente
bebe.

            Sandra Rogel-