Ella
En el azul del ocaso,
ve su gentil rostro.
Un ave espoleó su montura
diseñando una estela de brisas.
Un cabello de brillante dorado,
resplandecía bajo las incipientes estrellas.
Y ella sintió la luz emerger en sus pupilas
Los ojos que miraban parecían lagos,
altivos como un mar,
acariciante rayo…
Y cálida irradiación.
Quiso poseerlo en aquel instante,
con dicha prometida.
Pero su voz clamó: ¡Sueño!
No te olvidaré mañana ni nunca:
Vuelve siempre a mí.
Gestemos una pasión arrulladora.
Donde tú y yo siempre encallarnos.
En la dicha áurea de este tránsito,
en que nos uniremos intemporal.
Y él escuchando tales susurros
decidió amarla para amarse también.
Y la nocturnidad se hizo cómplice
de la unión eterna de Eva y Adán.
Rosa Monzón Delgado- |