No sé qué hacer con lo que escribo;
parece una galera en desorden,
o una aparición incontenible
que termina por exceder a mis ojos.
Podría olvidar,
destruir,
arrancarme las lapiceras de las manos,
pero volverían a aparecer
como los conejitos de Cortázar.
La única salida;
aferrarme a los renglones
y respirar a todo lo ancho de mí,
para meterle palabras a mi sangre.