Crónica Literaria
 
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 Diario Crónica de Comodoro Rivadavia
 

5 de noviembre de 2008

Dos sillas

Dos sillas juntas y vacías
(sólo eso: dos sillas alineadas en la línea de la nada)
otean, tras el horizonte infinito,
el cariño desecado por la ausencia en la arcanada buhardilla del olvido.
Están allí, recortadas sobre el fondo de cipreses,
con lánguido calor de largas tardes de sombra y siesta
al conjuro del zorzal y la calandria.
Están allí, abrazados los cuerpos en el puente de manos entrelazadas,
vigilados por el solitario anteojo abandonado sobre el libro abierto de
los delirios del poeta.
Están allí y no están, en la falta de la carne y de la sangre
huidas por el tiempo inexorable.
Un turista que prostituye el ámbito con su cámara
inquiere sobre el conjunto extravagante
limitado por un cordel de terciopelo y el aviso de no fumar.
El guía responde: “son las hamacas del poeta y de su esposa,
donde se querían en las siestas de otoño y en las noches de verano,
donde desgajaron las ramas del deseo, donde concibieron, en lápiz de mina,
los efluvios de la vida y del amor.
No las mire demasiado,
porque renovará las ansias locas de correr hasta el acantilado
y volar a la mar, con las alas suicidas del amor correspondido”.
El turista guardó la cámara y pensó que tales desquicios no le fueron vendidos
en las diez cuotas del paquete de la agencia,
ni figuraban en los papiros del folleto explicativo del lugar.
Provenían, sin duda, de la mente calenturienta y aprovechada
De los juglares nativos, siempre complicados en la burla del hombre civilizado.
Por eso, si de vuelos se trataba, el Jumbo era lo más indicado.

Carlos J. M. Laborde-

 

 
 
 
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