Nadie sabe la hora
del deleite inequívoco:
alba, mañana o siesta,
la noche más poblada…
El mediodía ardiente…
Pero sí todos saben
que se eclipsan los soles
en brillantes pupilas
y no se escuchan cantos
por suspiro o gemido.
Nadie sabe la hora
de tantas repetidas muertes.