Los nardos me recuerdan carnavales de mi infancia
y la memoria huele un prado de caballos de arpillera
de noches tibias, de papeles de colores,
picados en pequeños testimonios de inocencia.
También me evocan aquellas cestas en la esquina
y el adiós de una novia buena que dejaba su mirada adolescente
tras las rejas del verano.
Ahora los tengo aquí, en un ramo
junto al retrato de mi hijo ausente.